Si algún día tengo hijos, supongo que seré el típico padre modélico cargado de consejos y prohibiciones "No pases tantas horas en el ordenador" "No vengas tarde" "No salgas con esa gente" "No te metas el dedo en la nariz" "¡No digas palabrotas!". Con los niños nos gusta jugar a ser policías, tenemos la convicción de saber qué les conviene en cada momento. "Esto no se hace", "Aquello no se toca", "Esto no se dice" y, mi preferida, "¡Eso es caca!" Cualquiera juraría que jamás hemos roto un plato, parece que ya nacimos viejos. Toda la infancia aborreciendo esa retahíla de normas para después terminar poniendo las mismas o peores. Con mis alumnos, quieras que no, también me las suelo dar de padre cansino. El otro día hasta les hablé de los beneficios de la fruta y la verdura ¿¿¿Cuándo narices he disfrutado yo con las acelgas??? En fin, no tenemos remedio alguno. Seguramente, cuando tenga retoños, tampoco querré que prueben gota de alcohol "Pídete coca-colitas hijo, que es lo más rico" "Para pasárselo bien no hace falta beber" "A tu edad yo estaba comiendo pipas en el parque". Lo cierto es que no salgo del bar desde que tenía 16 y, para qué engañar, emborracharse con los amigos es uno de los mayores placeres habidos y por haber.
Con 15 años algún valiente robaba vino de su padre y lo traía escondido en la chaqueta cual tesoro. Lo tomábamos a escondidas, nerviosos, como si se estuviese cometiendo un delito. Un traguito bastaba para ponerse completamente piripi y caminar haciendo eses ¡Te entraba la risa floja! A veces te emborrachabas con olerlo y otras simplemente con leer la etiqueta ¡Qué poderosa es la imaginación! Si había chicas delante todo era poco para impresionarlas, a cual más borracho. No sé qué manía tenemos con querer impresionar a las chicas haciendo el gilipollas, pero es algo que hacemos de por vida (Y lo peor es que a ellas parece gustarles). Después comienzan los botellones en parques a pesar de que esté helando, por no hablar de cuando papá y mamá te dejan ir en autobús a las fiestas de otro pueblo. Entrar en los bares es todo un acontecimiento, sobre todo si eres menor. Ahora parece estar más controlado, pero hubo una época en la que los pubs parecían guarderías. Caminábamos sacando pecho y mandábamos a pedir al que tenía más barba. La universidad ya es el colmo de los colmos...Cada jueves hay juerga por cualquier motivo y, a altas horas, las discotecas parecen un episodio de "The walking dead" (Es una serie de zombies).
Tranquilos, que antes de marchar lo limpian todo.
Cabe mencionar que no todos los borrachos son iguales, especialmente si nos pasamos de la ralla. A cada uno le da por una locura distinta en función de su personalidad y de la cantidad ingerida. Los hay graciosos, bailarines, ligones y románticos, pero también los hay que dan verdadera pena, miedo y asco. Creo que el alcohol multiplica tanto las virtudes y como los defectos. De entre todos los tipos el que más odio es el agresivo. Esos que se creen Arnold Schwarzenegger y quieren zurrar a cualquiera que les roce, les pise o les mire. También aborrezco a los que te hablan muy de cerca y no dejan de echarte el aliento. Veamos más categorías:
- El borracho zombie: huele mal, no se mueve por sí solo y emite sonidos inteligibles. Normalmente algún buen samaritano termina llevándole a casa.
- El borracho saltarín: sus chistes sólo tienen gracia para él mismo, baila como si un alien le fuese a salir del cuerpo y espanta a todas las mujeres. Luego dice que no se acuerda.
- El borracho depresivo: recuerda hechos amargos de su pasado, como el día en que cortó con su novia o el día en que murió su perro. Trata de contárselo a todo el mundo e incluso termina llorando.
- El borracho Pavarotti: se pone a cantar cualquier cosa, ya sea sólo o con otros Pavarottis (El himno de su equipo, Nino Bravo, serenatas de despecho...)
- El borracho currante: sólo habla de estudios y trabajo.
- El borracho Yelsin: coge una botella de algo fuerte y se la bebe a palo seco.
- El borracho exhibicionista: le gusta enseñar sus partes en público.
- El borracho Travolta: baila de formas muy extrañas y cree hacerlo bien, pero todo el mundo se le ríe. Tropieza con la gente, tira copas y, si tiene suerte, encuentra a otro de su especie.
- El borracho mobiliario: está muy cansado. Se queda apoyado en la barra y termina formando parte de la decoración. No molesta.
Muy bueno. Tu post me ha traído un montón de recuerdos o, al menos, los que no se han ido con las neuronas perdidas. Pero todo eso se ha quedado atrás, actualmente soy el más abstemio de todas las personas que conozco. Ni una gota de alcohol entra en mi cuerpo desde hace tiempo. Eso sí, lo suplo con cantidades escandalosas de cigarrillos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Estupendo, eres capaz de describir perfectamente cualquier situación, estoy segura que serás un padre estupendo y me atrevería a decir que un marido genial y por qué no? hasta un buen yerno, jajajajja,(no quiero imaginar la cara de la niña) pero de verdad, de verdad que ¡no hace falta beber para pasárselo bien!
ResponderEliminarUn saludo.
La niña te va a odiar jajaj. Muchas gracias por comentar, qué pena no poder escribir más a menudo. Espero que todo vaya bien, saludos!
EliminarJoder, no me caben los jajajas en el comentario!!!. Yo también soy ahora abstemio, pero bien cierto es que mis mejores recuerdos van asociados al alcohol.
ResponderEliminarSALUD!!!
Bendito alcohol...Gracias por comentar, vuelve pronto!
EliminarLa niña le acaba de prohibir comentar!
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