Aquí Moisés
Orta retransmitiendo desde el aeropuerto de Barajas, en el que pasaré una
agradable tarde de lunes siete horas de tortura hasta que pueda
subir a una de esas cajas de sardinas con alas donde apenas te rozan las
piernas con el asiento delantero. Ya han pasado mis pertenencias por los rayos láser y se han asegurado de que no soy un asesino en potencia tras pitar un par de veces por el cinturón. A partir de ahora no sé qué narices haré para matar el tiempo; tengo el móvil prácticamente desfallecido, viajo solo por
primera vez (lo cuál me produce orgullo), ni siquiera hay wifi gratuito en esta terminal (No, no estoy en
Cataluña) y sobre todo odio, odio, odio volar ¡Me cabrea! Si vas a soltarme el rollo de que es el medio más
seguro según las estadísticas ahórratelo, pues ya agota y además no sabes ni lo que es una
estadística. Lo único que me atrae de los aviones son las azafatas, acabo de caminar como 20 segundos tras una con una cadera hipnotizante,
pero me inquieta que siempre estén poniendo esa sonrisa nacarada Trident
White, aparentando que todo marcha de bien mientras te cuentan cómo hinchar un
chaleco de los chinos en caso de que todos vayamos a morir trágicamente en el
océano (Que ahora con estas calores apetece). Disculpen señoritas pero esto es un
avión y por lo que yo sé aquí nada va sobre ruedas.
Parece ser
que los aeropuertos están diseñados para hacerte olvidar la locura que
estás a punto de cometer: juegan al despiste descaradamente y mientras tanto te van sacando la pasta. Primero te cachean
un rato para hacerte creer que estás en una comisaría y luego pasas por los
puestos de cambio de divisas dónde te estresas por el atraco que es transformar tus euros en libras (Ofrecen unas 0,65 libras por €, con lo que cuesta ganarlos). Después atraviesas forzosamente tiendas extremadamente limpias con
supuestas gangas (No he visto mayor estafa) y si te ves con hambre no faltan restaurantes con hamburguesas a precio Ferrán Adriá. Tratan de confundirte hasta el mismísimo momento de
subir al aparato, haciéndolo a través de un oscuro túnel y llamándolo “embarcar”...¿¿¿Embarcar??? ¿En serio? ¿Tan difícil era inventar una nueva palabra?
Vaya foto artística me ha quedado
Pues aquí
sigo sentado, viendo pasar mareas de gente y vigilando mi equipaje cada vez
que recuerdan por megafonía que te lo pueden robar. Mi madre perfectamente podría trabajar aquí, tiene un don natural para alertar sobre los inminentes peligros de la vida. No sé qué pinta
tendrá el ladrón típico de aeropuerto, y desconozco qué interés puede tener por mis mudas limpias. Dichoso de mí, acaba de sentarse a mi lado una parejita de
enamorados, y ella le ha dicho “No te enfades que te pones muy feo y tonto”. Tortolitos…… Por lo visto van a Italia, así que
supongo que me he equivocado de zona de espera. Hace un rato había una familia con uno de los niños más repelentes que he tenido la suerte de conocer. Voz de pito, flaco y blancucho a partes iguales e incapaz de aceptar que "daddy" no le comprase unas chuches. Aún me quedan cuatro largas
horas para ponerme rumbo a Liverpool, qué ganas de pisar suelo British y echarme
una buena guiness extra cold.
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