domingo, 28 de abril de 2013

La felicidad

           Nos encanta llevar la contraria, pero hay algo en lo que todos coincidimos: queremos ser felices. Es el propósito de cualquier persona sin importar color, continente o religión. La felicidad es lo único que verdaderamente importa al final del día. El problema llega cuando estás tan ocupado, tan absorto, que olvidas el cajón dónde la metiste. Frenas en seco tu rutina, clavas la mirada en el horizonte y comienzas a cuestionartelo todo. Tus metas, tu ciudad, tu trabajo, tus círculos, tus preocupaciones "¿Qué estoy haciendo?" Te ves a ti mismo desde fuera y tienes la sensación de no estar dónde te corresponde, de vivir entre paredes grises con un techo demasiado bajo. Reflexionas sobre qué merece realmente la pena, sobre tu presente, y sonríes con la idea de mandarlo todo a tomar por saco. Cierras los ojos y te imaginas en otro lugar. Últimamente he fantaseado con mudarme a la montaña, dejarme barba y vivir de lo que da la tierra. Luego he recordado que odio la verdura, aborrezco los insectos y las plantas me producen urticaria. 


            En general nadie parece estar demasiado contento, no nos enseñan a ser felices. Sólo hay que abrir un poco los oídos para escuchar como el mundo se queja de todo a todas horas. Damos la brasa en casa, en las aceras, en las tiendas, en el bar. De hecho, si no fuese por los problemas, muchos no tendrían ni tema de conversación. El juez quiere ser juez supremo, el ministro primer ministro y el millonario multimillonario.  El flaco quiere engordar mientras el gordo busca dietas milagrosas en Google.  La bajita se pone tacón y la alta se encoge para no llamar tanto la atención. Calvos que sueñan con flequillos y melenudos que se rapan para no peinarse. Sinceramente, somos inaguantables. Nos han vendido una felicidad basada en el inconformismo, la envidia, en lo material. Viviendas, coches, títulos, ropa, puestos de trabajo...Nos han vendido la insatisfacción eterna. Sólo hay que ver a los animales, los niños o los tontos para comprobar que la felicidad está en usar poco la cabeza y disfrutar de lo más simple.

              Normalmente, cuando preguntas por la felicidad, termina saliendo a relucir el dinero. Todos queremos dinero, porque claro, "Con dinero se pueden hacer cosas". Está claro que sin dinero no vives o vives por las justas, ¿Pero cuánto necesitamos? Es curiosa la obsesión por el dinero, yo mismo la padezco más de lo que me gustaría. Incluso con 70 u 80 años la gente se preocupa por ahorrar, como si fuese a llevarse la fortuna al otro barrio. Según los expertos, el dinero apenas si tiene influencia una vez que se cubren unas necesidades básicas. Nos preocupa conseguirlo, pero apenas pensamos en como emplearlo "Ya lo gastaré cuando me haga falta" ¿Y eso cuándo es? ¿Y si te mueres mañana? Tenemos esa costumbre de aplazar lo bueno, de ponerle fecha "Seré feliz del día 20 al 25 de agosto" La felicidad es una forma de vida, no se encuentra en las playas de Salou. Se debe practicar continuamente y dejarse de tanta chorrada. Si quieres salir, sal; si te apetece ir al cine, ve. Quince euros más en el banco no van a cambiarte la vida.

           
             Es necesario saber disfrutar, o más bien, dejarse disfrutar. Cuánto más crezco más valoro las pequeñas cosas, esas que cuestan poco pero aportan infinito. Una ducha caliente, un bizcocho de la abuela, un abrazo, un beso, 15 minutos más en la cama, tumbarse al sol con los ojos cerrados, devorar un helado, escuchar una anécdota, ponerse una camisa nueva o escuchar una buena canción. Dejar la mente en blanco, apagar el teléfono, cantar hasta quedarte afónico, decir lo que piensas, quererse a uno mismo. Qué barato ¿verdad? No pasa un día en que no estemos un instante en el paraíso.

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