miércoles, 5 de agosto de 2015

Back to Liverpool: vuelo y toma de contacto

            Os diré, por si estáis preocupados y no podéis pegar ojo, que ya estoy en Liverpool totalmente sano y salvo, o como dirían por estas tierras “safe and sound”. Escribo desde la que será mi cama durante este mes, si se le puede llamar así, porque da una grima preocupante. Es la primera vez que veo un colchón rojo, espero que saliese así de fábrica, y no sé si por antigüedad o por la estresante vida sexual del anterior inquilino está completamente abollado y no tendrá más de 6 cm de grosor. Sinceramente me da asco estar aquí tumbado, tanto que ayer tras mi llegada (aterricé sobre las 12 p.m.) traté de dormir y no aguanté más de 15 minutos en contacto con esta guarrería de la naturaleza. Quiero pensar que era un rollo psicológico, soy un auténtico señorito, pero me picaba absolutamente todo el cuerpo. No me rascaba tanto desde la varicela. Tal era el nivel de terror que decidí acomodarme en el diminuto sofá del salón, echo un bicho bola y con el cuello torcido. Aguanté seis horas del tirón y mi atractivo compañero de piso, Raúl Bonafaux, no dudó en inmortalizar el momento al encontrarme sopa e indefenso. Ta' mate!


          El vuelo fue bien, ni una turbulencia, hubiese besado al piloto. Me tocó un asiento en ventanilla (a window seat) justo sobre el ala izquierda y pasé gran parte del trayecto supervisando los mecanismos. Ya sé que es una estupidez, sobre todo porque no entiendo ni jota de ingeniería, pero me vi en la obligación moral. También disfruté observando el hipnotizante manto de nubes y pude presenciar el atardecer desde las alturas, lo cuál me hizo sentir un ser privilegiado. Aterrizamos en el aeropuerto John Lennon (Aquí exprimen a los Beatles más que nosotros a las cigüeñas), recogí el equipaje, mandé un sms de rigor a mi familia en plan "sigo vivo" y me tocó hacer cola a lo Port Aventura para poder entrar en el país. Tuve que esperar unos 5 minutos ya que según el señor agente ya no me parezco a la foto del DNI. El tío con absoluta seriedad, impasible, miró mi cara y el carnet repetidas veces ¿Habré ido a más guapo? ¿Lo habrán notado las chicas? Menos mal que se solucionó o ahora tendría una buena anécdota.


             Caía la noche en Liverpool y la temperatura dejaba bastante que desear. El verano aquí se parece mucho a nuestro otoño, temperaturas de 10 a 15 grados y un alto grado de humedad (Raúl confirma lo de la humedad "porque a la ropa le cuesta mucho secarse"). La zona estaba desierta y en inquietante silencio. Para llegar al centro tuve que coger un urbano y en la parada conocí a una chica bajita y morena que estaba igual de perdida que yo: Alicia. Creí que era inglesa y viceversa, aunque después de algunos "sorries" y varios errores garrafales supimos que éramos primos hermanos. Resultó ser Madrileña y a bordo del "80A", por el carril izquierdo, nos hicimos íntimos. Me contó que había conseguido trabajo en Zara, que lleva aquí desde Enero, que es feliz y curiosamente vivimos al lado. Sonará a gilipollez, pero cuando estás solo en el extranjero cualquier persona de tu país se convierte automáticamente en tu mejor amigo y no quieres perderla de vista. Te pides el móvil, el Facebook, te interesas por si lleva una dieta saludable....Todos somos majísimos al pasar la frontera y nos deseamos la mejor de las dichas.

           Por las ventanillas no dejaban de pasar fugazmente las típicas casas inglesas de ladrillo y los inagotables locales de pakistaníes con carteles luminosos donde cenar pollo frito por 5 pounds, prácticamente la única opción de sobrevivir (y engordar) sin arruinarse en esta ciudad. Fue entonces cuando mi voz interior exclamó "¡Eh, que ya estás en Inglaterra!". También pensé que Liverpool es encantadoramente feo. Bajamos del bus, nos dimos dos besos y un abrazo. Suerte en tu aventura Alicia. 


            Cinco minutos después me presenté con la maleta en mi nuevo hogar, sin llaves, y Bonafaux tardó una eternidad en abrir. Me desesperé, lancé piedrecitas contra su ventana y grité su nombre hasta que a varios ingleses les dio por mirarme raro. Supuse que el bueno de Raúl estaría ultimando los detalles de mi fiesta sorpresa, escondiendo a los invitados y apagando las luces...Sí, sonaba verosímil...Pero no. Las gaviotas (seagulls) no dejaban de gruñir y sobrevolar mi cabeza, casi rozándome con sus alas. Les tengo absoluta fobia, me aterrorizan. Juro que esto está plagado de ellas, hay más gaviotas que personas y caminan por las aceras y tejados sacando pecho, con chulería, en busca de suculentos desperdicios para darse un banquete. De pronto me vi rodeado por cinco, volaban en círculos y  recé porque no me comieran. He visto muchos documentales sobre buitres y sé cuando un pájaro está esperando a que mueras para devorarte. Sus graznidos me perturban, a veces parecen carcajadas y otras gritos de socorro. Perfectamente podrían hacerse con el control de la ciudad si así lo decidieran, como los delfines en aquel capítulo de Los Simpson. 



           Para ilustrar mi odio, recuerdo que el año pasado una se posó a mi lado sobre una papelera y me miró tan fijamente que pensé que iba a saludarme. A Raúl hace unas semanas le atacó una para quitarle una caja de pizza, pero salió ileso, y acaban de comentarme que no hace mucho una desalmada picoteó a un conocido en la cabeza para robarle una palmera de chocolate. También hay palomas pero las pobres están flacas porque las gaviotas no comparten. 


Joder había olvidado lo que odio a las putas gaviotas. 

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