jueves, 9 de febrero de 2012

Venga...dí algo.

           Pasamos el día hablando, prácticamente por cualquier cosa. Hasta nos hablamos solos, es algo espontáneo. Dale que te dale a la sin hueso. Opinamos hasta sin saber, no hay miedo alguno. Cualquier tema con tal de no quedarse callado, qué importa lo absurdo o contradictorio que suene. Allá dónde mires hay alguien haciéndolo. Incluso podría decirse que somos expertos comunicadores. Pero...¡Ay señor cuándo nos vemos forzados a hacerlo! Titubeos, tembleques de pata, sudoración...¿¿q q q qué diiigo?? ¡¡¿¿QUÉ DIGOO??!!

          Cuánto miedo hablar ante desconocidos, qué presión tan repentina. Es gracioso que no nos importe quedar como auténticos gilipollas ante conocidos, pero seamos incapaces de hacerlo ante desconocidos. Su opinión resulta legítima. Si un amigo te suelta el típico "eres tonto", te hace hasta gracia. Si lo hace un desconocido, que dios te pille confesado "¿¿Será que soy tonto??" No duermes en dos noches.



         Ves a una chica, te gusta y deseas acercarte. Es entonces cuando surge la cuestión por antonomasia: "¿Qué le digo yo a esta?" Tu mente parece haber colgado el cartel de cerrado por vacaciones y tu lengua está oxidada. Tienes amigas, has hablado con ellas millones de miles de veces. Eres gracioso, o eso dice tu madre. Ahora te es imposible, todo esfuerzo resulta en vano. Ni tú mismo te darías una oportunidad. Con suerte soltarás un inteligente "¿qué tal?" y sentirás haber descubierto la pólvora. ¡¡¡OLÉ, VALIENTE!!!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario